Nacido en 1812, a Dickens le tocó vivir en la Inglaterra victoriana; un país afanado por el auge de la revolución industrial y el capitalismo, un país que había olvidado a los más pobres y miserables (los niños) y que se escondía bajo el velo hipócrita de la moral calvinista.
Dickens descorrerá este velo para mostrar, con gran sentido del humor, pero de forma descarnada y directa, la dura realidad de las víctimas de la industrialización. Gracias a su capacidad para captar los ambientes urbanos y los personajes que trasiegan por las expansivas ciudades inglesas, Dickens representará la conciencia moral de un pueblo inglés obnubilado por el desarrollo económico.
Aquella Inglaterra era un país gris, sin imaginación y lastrado por la moderación, la represión de lo que es humano y natural y la ética del trabajo, del ahorro y de la prudencia. David Copperfield representó una ventana abierta por la que podía entrar el aire fresco que violentara las almas abotagadas por la tradición reformista.
La extensión de David Copperfield –más de mil páginas- permite a Dickens viajar por debajo del caparazón de esa Inglaterra reformada y dibujar, con sus dedos suaves y gráciles, pero enérgicamente inconformistas, el retrato de la pobreza, la enfermedad, la delincuencia y la vida en el Londres de mediados del siglo XIX. Y es en esos momentos, momentos en los que el autor se deleita en la descripción de la casa más humilde, de los ropajes más desharrapados o del sentimiento más oscuro y trágico, en los que el genio narrativo de Dickens brilla con mayor fuerza, llegando a producir –gracias a su tono sosegado y a la homogeneidad de una voz narrativa que acompaña al lector durante toda la obra- la sensación de que lo leído no lo hemos sino visto con nuestros propios ojos y vivido en nuestra propia vida.
Esta narración tan personal que caracteriza a David Copperfield es consecuencia de la cercanía del narrador –un David Copperfield ya maduro que rememora y reescribe los recuerdos de su pasado-. Dicha cercanía es tal que no resulta difícil imaginarse al propio narrador susurrándonos, con voz cambiante, la historia de su vida. La impresión se hace tan fuerte y vívida que, en algunos momentos, se puede llegar a oír a David Copperfield decir, esta vez con voz cavernosa y fantasmal: tan cerca como estoy ahora yo de ti, aquí de pie, en espíritu, a tu lado.(1)
La abrumadora proximidad del narrador resulta un elemento clave para disfrutar plenamente de la experiencia de sumergirse en un mundo tan profusamente real como lo puede ser el nuestro. Pero para leer a Dickens como es debido habría que vestirse con levita, calzarse unas polainas o tomar un poco de rapé, para después dejarse abandonar por las arrobadoras descripciones y personajes que Dickens es capaz de recrear ante nuestros ojos.
David Copperfield es una de esas novelas que merecen la etiqueta de “clásico” y que, como tal, aunque las necesidades literarias puedan cambiar, mientras el hombre ansíe alegría en los momentos de placidez en que la voluntad de vivir descansa y sólo la sensación de vivir agita ligeramente sus olas y en que nada se anhela tanto como una emoción del corazón, cándida y melodiosa, el hombre echará mano de estos libros únicos, tanto en Inglaterra como en el mundo entero.(2)
(1) DICKENS, Charles; Canción de Navidad.
(2) ZWEIG, Stefan; Tres maestros.
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