jueves, 12 de febrero de 2009

Cuestiones naturales, Fragmento.

Libro primero:
Evoluciones son esas propias de hormigas que se agitan mucho en pequeño espacio. ¿Qué otra cosa las distingue de nosotros sino la pequeñez de su cuerpo? Un punto es este en que navegáis, en que trabáis guerras, en que distribuís imperios, exiguos, aunque no tengan otros límites que los dos Océanos.
Allá arriba existen espacios sin término, a cuya posesión se admite nuestra alma, con tal de que solamente lleve consigo la parte más pequeña posible de su envoltura material, y que, purificada de toda mancha, libre de toda traba, sea bastante ligera y bastante parca en sus deseos para volar hasta ellos. En cuanto los toca, se alimenta de ellos y en ellos se desarrolla, encontrándose como libre de sus cadenas y devuelta a su origen.
El alma reconoce su divinidad en el deleite que le producen las cosas divinas, que no contempla como ajenas, sino como propias. Con serenidad contempla allí la salida y ocaso de los astros, y las diversas órbitas que recorren sin confusión. Observa desde dónde comienza cada estrella a brillar para nosotros, su grado más alto de elevación, la carrera que recorre y la línea hasta que desciende.
Espectadora curiosa, nada hay que no examine e investigue. ¿Por qué no hacerlo? Sabe que todo esto le pertenece. ¡Cuánto desprecia entonces la estrechez de su anterior domicilio! ¿Qué vale el espacio que media entre las costas más apartadas de España y las Indias? Navegación de poquísimos días si hincha las velas buen viento. ¡Pero la región celestial abre carrera de treinta años al astro más rápido de todos que, sin detenerse jamás, camina siempre con igual velocidad! Allí aprende al fin el hombre lo que por tanto tiempo ha buscado, allí aprende a conocer a Dios.
¿Qué es Dios? El alma del universo.
¿Qué es Dios? Todo lo que ves y todo lo que no ves.
Si se le concede al fin toda su grandeza, que es mucho mayor de cuanto puede imaginarse, si él solo es todo, toda su obra está llena de él tanto en el interior como en el exterior. ¿Qué diferencia existe, pues, entre la naturaleza de Dios y la nuestra? Que nuestra parte mejor es el alma, y en Dios nada hay que no sea alma. Dios todo es razón, y en los mortales, por el contrario, tal es su ceguedad, que a sus ojos este universo tan bello, tan regular y constante en sus leyes, solamente es obra y juguete del acaso, que rueda entre los fragores del trueno, nubes, tempestades y demás azotes que agitan la tierra y lo inmediato a la tierra. Y esta locura no queda entre el vulgo, sino que se extiende a muchos que quieren pasar por sabios.
Hay quienes, reconociendo en sí mismos un espíritu, y espíritu previsor, capaz de apreciar en sus detalles más pequeños lo que les afecta, tanto a ellos como a los demás, niegan a este universo, de que formamos parte, toda inteligencia, suponiéndole arrastrado por fuerza ciega, o por naturaleza inconsciente de lo que hace. ¿Y no consideras cuán útil es conocer estas cosas y determinar con exactitud sus términos? ¿Hasta dónde alcanza el poder de Dios? ¿Forma él la materia que necesita, o no hace más que usarla? ¿Es anterior la idea a la materia o la materia a la idea? ¿Hace Dios todo lo que quiere o en muchos casos falta objeto a la ejecución, y en repetidas ocasiones salen de manos del Supremo artífice obras defectuosas, no por falta de arte, sino porque los elementos que emplea son contrarios al arte? -Admirar, meditar, estudiar estas grandes cosas, ¿no es elevarse de la esfera de la propia mortalidad y pasar a mundo mejor? Mas ¿para qué, dirás, te servirán estos estudios? Si no para otra cosa, al menos para saber que todo es limitado cuando haya medido a Dios. Pero de esto hablaré después.

Lucio Anneo Séneca.

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