martes, 24 de febrero de 2009

Oda al Dos de Mayo.


Oigo, patria, tu aflicción,

y escucho el triste concierto

que forman, tocando a muerto,

la campana y el cañón;

sobre tu invicto pendón

miro flotantes pendones,

y oigo alzarse a otras regiones

en estrofas funerarias,

de la iglesia las plegarias,

y del arte las canciones.


Lloras, porque te insultaron

los que su amor te ofrecieron

¡a ti, a quien siempre temieron

porque tu gloria admiraron;

a ti, por quien se inclinaron

los mundos de zona a zona;

a ti, soberbia matrona

que, libre de extraño yugo,

no has tenido más verdugo

que el peso de tu corona!


Doquiera la mente mía

sus alas rápidas lleva,

allí un sepulcro se eleva

contando tu valentía.

Desde la cumbre bravía

que el sol indio tornasola,

hasta el África, que inmola

sus hijos en torpe guerra,

¡no hay un puñado de tierra

sin una tumba española!


Tembló el orbe a tus legiones,

y de la espantada esfera

sujetaron la carrera

las garras de tus leones.

Nadie humilló tus pendones

ni te arrancó la victoria;

pues de tu gigante gloria

no cabe el rayo fecundo,

ni en los ámbitos del mundo,

ni en el libro de la historia.


Siempre en lucha desigual

cantan tu invicta arrogancia,

Sagunto, Cádiz, Numancia,

Zaragoza y San Marcial.

En tu suelo virginal

no arraigan extraños fueros;

porque, indómitos y fieros,

saben hacer sus vasallos

frenos para sus caballos

con los cetros extranjeros.


Y aún hubo en la tierra un hombre

que osó profanar tu manto.

¡Espacio falta a mi canto

para maldecir su nombre!

Sin que el recuerdo me asombre,

con ansia abriré la historia;

¡presta luz a mi memoria!

y el mundo y la patria, a coro,

oirán el himno sonoro

de tus recuerdos de gloria.


Aquel genio de ambición

que, en su delirio profundo,

cantando guerra, hizo al mundo

sepulcro de su nación,

hirió al ibero león

ansiando a España regir;

y no llegó a percibir,

ebrio de orgullo y poder,

que no puede esclavo ser,

pueblo que sabe morir.


¡Guerra! clamó ante el altar

el sacerdote con ira;

¡guerra! repitió la lira

con indómito cantar:

¡guerra! gritó al despertar

el pueblo que al mundo aterra;

y cuando en hispana tierra

pasos extraños se oyeron,

hasta las tumbas se abrieron

gritando: ¡Venganza y guerra!


La virgen, con patrio ardor,

ansiosa salta del lecho;

el niño bebe en su pecho

odio a muerte al invasor;

la madre mata su amor,

y, cuando calmado está,

grita al hijo que se va:

"¡Pues que la patria lo quiere,

lánzate al combate, y muere:

tu madre te vengará!"


Y suenan patrias canciones

cantando santos deberes;

y van roncas las mujeres

empujando los cañones;

al pie de libres pendones

el grito de patria zumba

y el rudo cañón retumba,

y el vil invasor se aterra,

y al suelo le falta tierra

para cubrir tanta tumba!

¡Mártires de la lealtad,

que del honor al arrullo

fuisteis de la patria orgullo

y honra de la humanidad,
¡en la tumba descansad!
que el valiente pueblo ibero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero!
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Bernardo López fue uno de los poetas jiennenses más reconocidos del siglo XIX. Su Oda al Dos de Mayo se publicó en 1866 en Eco del país. Su éxito fue clamoroso y alcanzó una gran popularidad en toda España, hasta el punto que se le comenzó a identificar como `el poeta del dos de Mayo', lo que a la larga le encasilló y dejó en un segundo plano el resto de su obra.

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